Intervención en cubiertas de la Catedral de Jaén
El otro día, paseando por la Carrera y cuando estaba a la altura de la Diputación, decidí regalarme un momento de sosiego, de goce estético. Como siempre hago cuando paso por allí pensé, con regocijo, contemplar y admirar un edificio que, como todas las cosas bellas, no cansa nunca: la Catedral. La vista recorrió, pausadamente, la portada neoclásica del Sagrario, continuó por las molduras góticas recreándose en la belleza y proporciones de la fábrica de piedra. La mirada iba ascendiendo por los contrafuertes buscando y recordando el tantas veces admirado cuerpo renacentista superior, cuando de repente y con horror, tropezó con unas desconocidas y ostentosas buhardillas. A la Catedral le habían nacido unas nuevas buhardillas que, dignas de un cortijo de sierra, habían aparecido en la Catedral como dientes de oro en la dentadura de un nuevo rico.