martes, 20 de marzo de 2001

Los diez círculos del paraíso


Interior de una damajuana o depósito de aceite con capacidad para 90.000 litros

Dante describe el reino de ultratumba compuesto por tres partes: el Infierno que tiene nueve círculos más el ingreso que es el décimo; el Purgatorio que contiene nueve barrancos más uno que es el edén terrestre. La última parte es el Paraíso que se desarrolla en diez cielos y en el que Dante dice: non so ben come v’entrai (no sé bien como entrar). El Paraíso termina en el Empíreo como el más luminoso de ellos, pura luce, explica el poeta italiano.

Terragni y Lingeri, basándose en los cantos de la Divina Comedia, proyectan en 1938 el Danteum como exaltación de la cultura italiana. El acceso al edificio, ambiguo y contrapuesto a la rampa que conduce al Paraíso al que no se sabe bien cómo entrar, se realiza por un estrecho pasillo donde se sobreponen los dos cuadrados que generan la planta. Tras recorrer un angosto corredor se accede a un patio lleno de luz a partir del cual se desarrollan los tres espacios dedicados a los cánticos de la Dicina Comedia. Le Corbusier dijo de este proyecto romano: ésta es la obra de un arquitecto.

En medio de un mar de olivos, en plena comarca de La Loma y a dos leguas de Baeza, donde el Guadalquivir todavía no es río grande, aparece un extraño volumen hermético con una superficie continua, tersa y en movimiento que se introduce hacia el interior por cada sus de las ventanas. Nos dicen que en el interior de ese edificio se encuentran el infierno, los purgatorios y que de él se obtiene un producto virgen. Giramos a su alrededor y, como Dante, tampoco sabemos como entrar en él, porque no tiene puerta.

Cuando Dante ve la montaña del paraíso terrestre, Virgilio le dice que no puede subir hasta que no haya conocido los horrores del Infierno. Nosotros queremos saber que hay en el interior de este intrigante volumen encontrado en medio de la campiña. Para ello, hay que realizar un recorrido, casi iniciático, que comienza en un edificio vecino. Debemos descender al subsuelo por una estrecha escalera de caracol que conecta con un oscuro túnel al fondo del cual hay una puerta que nos franquea el paso al espacio contenido por los ondulados muros exteriores.

Escalera de caracol excavada en el muro que conduce a la parte alta de las damajuanas

Al entrar no podemos dejar de emocionarnos al advertir que estamos en presencia de una verdadera obra de Arquitectura. En su interior, la luz se hace ingrávida y la gravedad se hace visible.

El volumen interior, también impenetrable y rematado por una bella balaustrada, no alcanza la altura total del espacio que lo cobija; se adivina su cubrición con unas bóvedas que sin embargo no podemos percibir por completo porque la angostura de los pasillos interiores nos lo impiden.

Pasillo perimetral desde donde se extrae el aceite ya decantado

De los grifos que surgen en esos muros de la caja interior nos dicen que salen los turbios del infierno. Llevados por la inquietud, recorremos el comprimido pasillo, buscando una respuesta o una salida. Recordamos el Danteum en el que, para subir al espacio que simboliza el Paraíso, el visitante debe salir del Purgatorio, girando una esquina y subiendo por una escalera. Giramos y, en un hueco del muro, aparece una escalera de caracol excavada en cantería que nos lleva a la cota superior de la caja de piedra. La subimos y, por vez primera, descubrimos toda la dimensión del espacio interior que está cubierto por unas magnificas bóvedas rebajadas, pareadas, apoyadas en las paredes y los machones centrales. La luz misteriosa, que antes iluminaba intermitentemente el pasillo, ahora resbala por las pechinas de las bóvedas transmitiendo con naturalidad y ligereza la gravedad a la tierra.

Planta del edificio con los diez depósitos de aceite (infierno y purgatorios) de la almazara

En el suelo de la caja aparecen diez círculos que pisamos y recorremos. Son las tapas del infierno y los purgatorios, nombre que reciben las grandes ollas o damajuanas donde el aceite se deposita, decanta y refina. La primera es el infierno, donde entra el aceite más impuro y mezclado; las siguientes son los purgatorios, donde el oro líquido va mejorando hasta llegar a la última damajuana, en la que se obtiene el aceite virgen de oliva. Éste se recoge desde arriba, en el espacio definido por la luz y las bóvedas y que podríamos acabar denominando como: el paraíso.

Registro superior de las diez damajuanas o depósitos de aceite

El edificio es resultado de las formas generadas para responder a una función y uso preciso: refinar el aceite. Este requerimiento genera una serie de decisiones de tipo estructural, constructivo y funcional que por su coherencia y disposición consiguen crear un espacio realmente bello.

Esquina del volumen de las damajuanas
Estas bodegas de aceite forman parte de la hacienda La Laguna, situada cerca de la pedanía baezana de Puente del Obispo, de la que existen noticias desde el siglo XVII. Esta hacienda constaba de un conjunto de edificios dedicados a la explotación del terreno, labores de ganadería y recolección de aceituna. Unidas a la vivienda principal existían casillas o cobertizos para albergar a los trabajadores en las temporadas de recolección.

Durante los siglos XVII y XVIII perteneció a la Compañía de Jesús hasta su expulsión de España en 1767. Cinco años más tarde la adquirió la Casa de Alba que la mantuvo hasta el primer tercio del siglo XIX. A partir de la desamortización de Mendizábal en 1836, la finca pasó a propiedad de José Manuel de Collado, madrileño y una de las mayores fortunas de España, que a partir de 1840 la decidió remodelar, plantando más de cien mil olivos, construyendo una almazara y nuevas  bodegas, nuevas viviendas para los obreros y una vivienda mejor para la familia. La hacienda y fábrica de aceite perteneció a la familia Collado hasta el primer tercio del siglo XX.


Gárgola de evacuación de agua de la cubierta

El autor de aquella remodelación del siglo XIX, así como de la construcción de las bodegas, fue el ingeniero polaco Tomasz Franciszek Bartmánski, autor del ferrocarril París-Lyon-Mediterráneo, que llegó a España atraído por la construcción de nuevas líneas de tren y donde construyó el llamado tren de la fresa, la línea Madrid-Aranjuez. En 1846 se trasladó a Baeza con el objetivo de hacerse cargo de las nuevas obras que se debían realizar en la finca de los Collado. El ingeniero polaco proyectó un complejo sistema de regadío regulado por el estanque de la Laguna Grande con una extensión de más de 28 hectáreas. Realizó nuevos molinos, puso en marcha por vez primera una prensa hidráulica y diseñó y construyó estas bodegas de aceite. Unas experiencias que quedaron recogidas en un libro editado en Baeza el año 1848 titulado “Manual de economía doméstica” donde describe con toda exactitud el proceso de elaboración del aceite de oliva.

La hacienda, tras dejar de pertenecer a la familia Collado, sufre una serie de avatares que la llevan al abandono hasta su adquisición por el Ayuntamiento de Baeza en 1993. A partir de ese momento se crea el  “Consorcio Hacienda La Laguna” dentro del Paraje Natural La Laguna Grande. Tres años antes, se incoa un expediente de declaración como Bien de Interés Cultural al conjunto de las dependencias de la fábrica y cortijo; a partir de 1994 se realizan las obras de consolidación y rehabilitación de todos edificios del complejo.

Plataforma superior de registro de los depósitos de aceite
 
Estas bodegas de aceite, como todos los edificios que pueden ser considerados como arquitectura, surgen con el objetivo de ser utilizados con una finalidad precisa y obtener su máximo rendimiento con los recursos disponibles. Esos requerimientos generan unas formas que son consecuencia directa de su funcionamiento por ello, para entenderlos, es básico conocer el proceso productivo que deben albergar y que generan.



Bartmánski describe este proceso cuando habla de estas bodegas como un elemento imprescindible en la producción del aceite de oliva: “...El aceite exprimido mezclado con el agua, se derrama por la pila hasta llegar a una estría que circunda la base o sea el cilindro. De esta estría va a unas ollas enormemente grandes de barro que pueden contener más de doscientas libras de aceite cada una, enterradas bajo la tierra. Para que el agua se separe del aceite, junto a la gran olla, llamada damajuana, hay otra menor, y otra más. La primera se llama infierno y las otras purgatorios... A media altura del infierno hay una llave, o un caño comunicando con el purgatorio. En cuanto el agua con el aceite, echados en la damajuana alcanza la altitud de la llave o caño, el aceite, que flota en la superficie del agua, sale al purgatorio. Igualmente, cuando se llene el primer purgatorio hasta las dos terceras partes, el caño ahí situado conduce el aceite al segundo purgatorio, y de aquí, con unos cubos de cobre con unas cadenitas se saca el aceite más puro, el de la parte superior, y se lo lleva a otras damajuanas, enterradas en varias filas. Este es almacén o depósito del aceite... La salida del agua, con todos los turbios del infierno, se produce por medio de una llave situada en la base y en el lado del fondo, comunicando con el canal que conduce el agua con los turbios al exterior del edificio. El aceite almacenado durante un año en el depósito creará en el fondo un residuo de impurezas, es decir los turbios. El aceite de la parte superior es llamado, virgen, o sea, el mejor, el de más abajo, común; y el del fondo ínfimo”.


Las grandes ollas o damajuanas son de piedra, cinco de ellas están forradas con material cerámico esmaltado, tienen un diámetro de 4,70 mts. y una profundidad de 5,20 mts. y están cubiertas por una tablazón de madera con una ventana cuadrada en el centro para su registro. La capacidad de cada uno de éstos depósitos es aproximadamente de 90.000 litros. Las diez damajuanas están contenidas en un volumen rectangulas de piedra que conforma la caja interior y de la que surgen los machones centrales que sostienen las bóvedas del edificio.

Sección longitudinal y transversal del edificio de las damajuanas o los "diez círculos del paraíso"

La envolvente exterior, semienterrada y con el movimiento ondulado de sus contrafuertes, está íntimamente ligada a lo que sucede en su interior. La conexión es compleja y se produce por medio de la continuidad material y estructural que establecen los arbotantes y las bóvedas que transmiten los empujes de los depósitos hacia los muros exteriores. Sin embargo la visibilidad de estas conexiones está reducida al mínimo. El deambulatorio necesario para la evacuación de los turbios del aceite plantea una separación intencionada entre las dos cajas, donde la continuidad y el ritmo de los arbotantes forma una bóveda virtual, aligerada por la entrada intermitente de luz. En la cota superior, sobre los depósitos, la unión de los arbotantes desaparece y son las bóvedas las que establecen de una manera natural la conexión entre espacio interior y volumen exterior.

Contrafuertes ondulados y ventanas que parecen querer tragarse la superficie envolvente exterior y con ella, la luz

A pesar de su gran complejidad, dentro de este espacio, todo parece evidente y claro. La buena arquitectura siempre contempla la relación entre exterior e interior. Es sorprendente encontrar en este edificio principios presentes en obras de algunos arquitectos contemporáneos: la iglesia griego-ortodoxa de Herzog y de Meuron, el edificio Cartier de Nouvel en que las puertas, las ventanas, los paños se desfiguran y desaparecen en la superficie y donde la importancia reside más en las cualidades físicas, el peso, la textura, que en las cualidades compositivas.

Estos depósitos de aceite también son la obra de un arquitecto que proyecta ingenios, parafraseando a Le Corbusier. Bartmánski ha realizado una máquina expresión pura de su función, todas sus formas son consecuencia de múltiples razones y además se disponen con unas proporciones que generan armonía.

Podemos decir que aquí la unidad entre la firmitas, la venustas y la utilitas se desarrolla en la experiencia espacial. En las bodegas de aceite de La Laguna la luz es atrapada, confinada, conducida y acaba vibrando con las sutiles molduras de la bóvedas para acabar materializándose en el contacto con las masas que transmiten la gravedad al suelo. Si en el exterior la luz está ausente y se distribuye gratuitamente, en el interior está presente, creando un espacio único que emociona y conmueve. Un espacio que es Arquitectura.


Baeza, 2001



Texto original en:

Los diez círculos del paraíso 

PRESERVACIÓN DE LA ARQUITECTURA INDUSTRIAL EN IBEROAMÉRICA Y ESPAÑA, Ed. INSTITUTO ANDALUZ DEL PATRIMONIO HISTÓRICO, pp. 329-334, Sevilla 2001