domingo, 17 de abril de 2005

¿Qué ocurre con nuestro patrimonio?

Intervención en cubiertas de la Catedral de Jaén  


El otro día, paseando por la Carrera y cuando estaba a la altura de la Diputación, decidí regalarme un momento de sosiego, de goce estético. Como siempre hago cuando paso por allí pensé, con regocijo, contemplar y admirar un edificio que, como todas las cosas bellas, no cansa nunca: la Catedral. La vista recorrió, pausadamente, la portada neoclásica del Sagrario, continuó por las molduras góticas recreándose en la belleza y proporciones de la fábrica de piedra. La mirada iba ascendiendo por los contrafuertes buscando y recordando el tantas veces admirado cuerpo renacentista superior, cuando de repente y con horror, tropezó con unas desconocidas y ostentosas buhardillas. A la Catedral le habían nacido unas nuevas buhardillas que, dignas de un cortijo de sierra, habían aparecido en la Catedral como dientes de oro en la dentadura de un nuevo rico. 

Sorprendido, tuve la necesidad imperiosa de refugiarme en la taberna de El Gorrión, no sólo para tapear, sino para plantarme durante horas delante del cuadro de David Padilla dedicado a una simple, cotidiana, vieja y agrietada baldosa hidráulica. 

Permanecer en aquel lugar era como una terapia, era como estar en un remanso a salvo del frenético ritmo de transformaciones que nos está tocando vivir y que no alcanzamos a entender o asimilar. Me consolaba saber que no era yo el único en percibir la realidad de una determinada manera. Los artífices de un espacio como El Gorrión nunca lo hubieran transformado como se han cambiado recientemente las cubiertas de la Catedral. La taberna es uno de los pocos sitios que quedan en Jaén donde el tiempo, junto con lo humilde, lo modesto, lo vulgar, también tienen valor. Allí, el tiempo deja de ser inmaterial para marcar su huella en el lugar, como las arrugas en las personas que saben envejecer con dignidad. Allí, el paso del tiempo no es un problema, no se lucha contra él, sino que se asume como algo propio y natural. Allí, lo nuevo no significa lo bueno y lo bonito, ni tampoco lo viejo es lo caduco y lo estéril.

La preocupación por el tiempo y lo relativo de nuestra existencia la transmite, a gritos, la propia Catedral. En su fachada meridional, bajo el reloj de sol, dice en latín y castellano: “ATIENDE A TI TE DIGO MI CARRERA, EN BREVE TIEMPO PASARE LIGERO, MAS PUEDE SER TU MUERTE MAS LIGERA”. El concepto del paso del tiempo sobre los monumentos, como valor añadido, está internacionalmente aceptado desde hace años por diferentes teorías de restauración. Sin embargo, parece que en la reciente intervención en las cubiertas de la Iglesia Mayor de Jaén se han ignorado estos criterios y recomendaciones. ¿Es que no se conocen la experiencia y conocimientos acumulados en otros lugares?, o ¿para simplificar el proceso, sencillamente, no se tienen en cuenta?


Las viejas buhardillas de la Catedral eran elementos modestos, casi vulgares, estaban construidas con simples rollizos de madera. Cumplían básicamente dos funciones: ventilación de las cámaras de los tejados y acceso para el mantenimiento de los mismos. Su forma era la precisa y necesaria. En su simplicidad estaba su funcionalidad, no tenían ninguna pretensión, pasaban desapercibidas, no competían con la fábrica del edificio. Todavía se pueden ver algunas en la calle Campanas. 

Las nuevas buhardillas se levantan orgullosas y vanidosas de su novedad, sin ninguna modestia. Las extrañas ménsulas y molduras que las forman parecen extraídas de un mal chalet; sus flamantes vigas de madera tan barnizadas como poco disimuladas, no ocultan su alto precio. El cristal que cierra el hueco remata el desaguisado, produciendo reflejos donde antes no los había. Desprovistas de toda función, las buhardillas han quedado convertidas en superflua decoración que, en una triste y deficiente interpretación de la teoría de la restauración, pretenden contrastar con el monumento antiguo. Sin embargo, compiten con agresividad con los trazados góticos y renacentistas por su desproporción y por los materiales empleados, alterando la configuración de la Catedral. ¿En qué manos dejamos nuestros monumentos?, ¿qué criterios se siguen para intervenir en los mismos?, ¿quién controla las intervenciones?

Un edificio tan bello e importante para la ciudad no puede permitirse actuaciones como ésta. Ni tampoco barandillas de acero inoxidable, ni los pavimentos de las lonjas tan mal colocados recientemente, ni cambios radicales de los materiales constructivos. Las maderas de soporte en las cubiertas de iglesias, aunque no se vean, también son parte del monumento. Nos hablan del proceso constructivo en un momento determinado de la historia del edificio. Existen medios y técnicas para su conservación. La ignorante y sistemática sustitución de cubiertas de madera por cubiertas metálicas en las iglesias de nuestra provincia es algo irreversible de lo que nos arrepentiremos durante muchos años. La Catedral de Jaén merece un mayor rigor, cuidado y respeto en sus intervenciones, con más razón si se pretende que sea declarada Patrimonio de la Humanidad.

Lamentablemente, el patrimonio se ha convertido en un rentable instrumento político, donde lo importante es el uso que pueda hacerse del mismo en función de los votos, no su valoración objetiva y autónoma de consideraciones externas. Se interviene en los monumentos con criterios basados en el cumplimiento de compromisos electorales, la eficacia administrativa y el voluntarismo. Es más importante cumplir con plazos y criterios económicos que desarrollar una cuidada planificación y un riguroso método de intervención que, con todos los estudios precisos, contemple con claridad los objetivos de la conservación del patrimonio, su restauración, seguimiento y verificación del resultado final. 

La intervención en el patrimonio requiere una cualificada preparación de todos los actores que intervienen sobre bienes muebles o inmuebles: propietarios, administración, documentalistas, arquitectos, aparejadores, constructores, etc. Esta especialización no existe, ni se fomenta en nuestra Comunidad. En primer lugar porque no hay instituciones que impartan una enseñanza específica de forma reglada y en segundo lugar porque los responsables de las intervenciones no favorecen la profundización en esta materia. Se priman criterios distributivos del trabajo, de mercado o eficacia, frente a la creación de una infraestructura que favorezca a empresas y profesionales dedicados a este tema tan específico y concreto, frustrando la acumulación de experiencias que a largo plazo se traducirían en especialización. Si para valorar, conservar, mantener y promover la Catedral de Jaén se necesita el sello de calidad como Patrimonio Mundial, algo no funciona. El ejemplo cercano lo tenemos en Úbeda y Baeza: desde que son Patrimonio de la Humanidad están viviendo un frenético proceso de transformación descontrolada.

Los manifiestos y plataformas por el patrimonio, la inscripción en diferentes registros administrativos, las declaraciones y posicionamientos individuales y colectivos, son necesarios pero no suficientes. Es imprescindible una mayor implicación con nuestro patrimonio de los estamentos académicos y universitarios. De personas e instituciones que siendo conscientes de la situación, callan y no la denuncian públicamente. Es imprescindible materializar el compromiso con el patrimonio por medio de acciones y una estrategia activa, deliberada de recuperación y conservación de la memoria por parte de toda la sociedad.

Los jiennenses no somos capaces de reconciliarnos con nuestra propia memoria. El patrimonio es el icono de la impotencia e inoperancia institucional de una provincia. Esta es la cuestión que hay que desentrañar: una sociedad inconsciente de su propia y fuerte identidad es, además, incapaz de tutelar los elementos que la definen y en los que debe basarse su transmisión hacia el futuro.



Jaén, 17 de abril 2005



Publicado en: 
DIARIO JAÉN, Jaén 2005